La división sexual del espacio urbano
- V
- 24 feb 2020
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Actualizado: 26 feb 2020

La construcción de la identidad, los paisajes, los lugares y la ciudad son el resultado de la unión indisoluble entre el tejido social y el espacio. Tradicionalmente, la manera de concebir y presentar la ciudad ha atendido a la aparente neutralidad de los sujetos, generando que la producción de espacio urbano disocie la diversidad de las personas y su vínculo con el territorio.
La consolidación del espacio urbano desde su dimensión política se concentra en la agencia, la gestión del suelo, la planificación urbana y las políticas territoriales. Las cuales se han basado históricamente en políticas patriarcales-neoliberales y económicas capitalistas, cristalizando decisiones estructurales en formas urbanas específicas que le han sido funcionales a sus intereses extractivistas y dieron prioridad a la movilidad vehicular sobre la peatonal.
Construir la imagen de la ciudad a partir de la configuración física de estos modelos ha sido labor de un conjunto de disciplinas que estudian fundamentalmente los asentamientos humanos, la organización del territorio, las actividades que se desarrollan en las ciudades, su planificación y crecimiento. Por medio del urbanismo, como se entiende este conjunto, se manifiesta la dimensión material que consolida las ciudades desde lo construido, las formas urbanas, la redistribución de bienes, servicios y equipamientos urbanos. Pactos que le han permitido a dichos intereses edificar modelos urbanos como la ciudad moderna y funcionalista de mediados de siglo XX.
La articulación entre fenómenos territoriales y sociales ha permitido hablar de estas consecuencias desde la dimensión simbólica de la ciudad. Punto de partida del Urbanismo Feminista que inaugura una nueva lectura de la planificación urbana y de las formas de habitabilidad de las (es) (os) distintas sujetas partiendo de su asignación de roles sexo-genéricos. Bajo el lente de la justicia social, y en especial desde la categoría de análisis del género, se han logrado nombrar numerosas desigualdades que parten de la diversidad sociocultural, las identidades, la diversidad de los cuerpos, la educación como privilegio y la memoria de los colectivos.
Desde hace más de 50 años, el modelo de ciudad funcionalista ha recibido profundas críticas por parte de pensadoras (es) urbanas que han ampliado el concepto de sujeto, y los profundos nexos entre la ciudad y sus habitantes. Diversos grupos feministas y movimientos de mujeres en todo el mundo han denunciado con rigurosidad teórica y metodológica, que los propósitos por homogenizar las diversas formas de habitar la ciudad han generado serias afectaciones a las interacciones sociales y al desarrollo interpersonal de las (es) (os) ciudadanas.
Ahora, ¿qué ha pasado dentro del desarrollo de los estudios urbanos que han suprimido las experiencias territoriales diferenciales? Y más aún, ¿por qué se siguen omitiendo las aportaciones de las mujeres al pensar la ciudad?
Según Pernas (1998), Hernández (1995) y Velázquez (2000), “Las ciudades se han construido ignorando las experiencias y las necesidades específicas de las mujeres, ya que hasta hoy las práctica de la planificación, su enseñanza y su profesionalización han sido mayoritariamente dominadas por el colectivo masculino, que han tenido una visión del espacio urbano homogéneo y universal centrado en sus intereses y sus preocupaciones.” Esta postura androcéntrica ha expulsado del margen de contemplación otras relaciones entre la antropometría y la producción de espacio urbano. Como es el caso del “Modulor”, propuesto por Le Corbusier como el modelo universal masculino en relación con la arquitectura, cuya propuesta continuó perpetuando el pensamiento de Leonardo da Vinci y Vitruvio, al desconocer la diversidad de los cuerpos.
Este modelo ha sido renombrado por el Urbanismo Feminista como el hombre BBVA: blanco, burgués, varón, heterosexual y autónomo, que además desconoce su eco-dependencia, como agrega Yayo Herrero. Esta concepción no sólo nos habla de la relación métrica de su cuerpo con el espacio, sino que expone otras categorías que entran en juego desde su privilegio de raza, clase, género, orientación sexual y de suprimir su interdependencia en el ciclo vital.
Una de las expresiones en la ciudad de este modelo universal, ha sido llamada por Janette Sadik-Khan como MansPLANning /n/, siendo este el acto de diseñar calles para los carros mientras que se expulsa la idea de que puedan ser espacios seguros para caminar, montar en bici o permanecer.
Ahora, respecto a la omisión de las mujeres y su contribución en los estudios y la práctica urbanística, Ana Falú afirma que las mujeres están ausentes porque han sido invisibilizadas en la participación de lo construido. Esta subalteridad y subvaloración de la mujer históricamente se ha mantenido debido al poco reconocimiento en sus aportes en diseño, urbanismo, teoría y construcción. Situación que se prolonga en la subrepresentación de las mujeres desde las facultades de arquitectura hasta las distintas entidades en el sector urbano en todo el mundo.
Entonces, ¿qué es Urbanismo Feminista?
Los grupos feministas y movimientos de mujeres han sentado las bases para cuestionar los órdenes sociales y económicos en función del patriarcado. La gestión de las ciudades y la forma en que las mujeres hacen uso de ellas ha sido eje vector para entender las dicotomías entre lo público y lo privado, y entre lo personal y lo político. Es por ello que no sólo ha conllevado un arduo trabajo por reconocer las voces ahogadas de mujeres en la disciplina, sino que ha puesto la lupa en cómo vive la ciudad esa otredad que no se identifica con el modelo universal androcéntrico.
La configuración urbana fundamentada en estos principios binarios, ha hecho que perdamos de vista que la vida de las personas está compuesta por cuatro esferas vitales. Uno de los objetivos del Urbanismo Feminista es des-jerarquizar la esfera productiva por encima de la esfera personal, la esfera de la sostenibilidad de la vida y la comunitaria. Esta jerarquía afecta principalmente a las mujeres quienes deben renunciar a algunas de ellas (esfera personal y comunitaria) por priorizar la productiva y la que se encarga de los cuidados; realizando dobles jornadas laborales de las cuales las relacionadas a la sostenibilidad de la vida no son remuneradas, ni reconocidas. Lo que ha generando no sólo la feminización de la pobreza, sino también la pobreza de tiempo.
La estructura social patriarcal ha situado la división sexual del trabajo como pilar para el desarrollo las ciudades, esto quiere decir que las mujeres se quedan en casa atendiendo a tareas de cuidado y los varones salen a trabajar. Lo que plantea dos patrones de relación con los espacios domésticos, comunales y públicos.
Los patrones de movilidad de los hombres han sido nombrados pendulares, ya que van de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, en distancias que comprenden una escala más metropolitana. Mientras que las mujeres, debido al cuidado de personas dependientes como niñas (os), personas en situación de discapacidad o ancianas (os), desarrollan una relación con la ciudad a una escala más barrial y que conecta varios puntos en sus recorridos, por ello es nombrada como patrones de movilidad zigzageante. Esta diferenciación a llevado a que la relación de las mujeres con los espacios sea distinta y en términos urbanísticos halla quedado invisibilizada.
¡No es una ciudad sólo para las mujeres!
Y esta frase tendrá que repetirse cuantas veces sea necesario
Ya que una de las contribuciones fundamentales del feminismo ha sido el concepto de la interseccionalidad. Término acuñado en 1989 por Kimberlé Williams Crenshaw para manifestar que la categoría de género está transversalizada por otras categorías de opresión, dominación y discriminación: sexo, clase, raza, edad, identidad de género, orientación sexual, etnia, religión diversidad funcional y neurodiversidad entre otros. Dichas categorías se interrelacionan en múltiples niveles y reconocen por un lado, que no todas las mujeres somos iguales y que las demás categorías generan opresiones y discriminaciones urbanísticas similares a grupos históricamente omitidos.
El Urbanismo Feminista a repensado los distintos espacios de habitabilidad y ha propuesto un ejercicio multiescalar donde la vivienda, los espacios comunitarios, la escala barrial, la ciudad y la esfera pública se revisan simultáneamente. Esta metodología ha ayudado a identificar las expresiones de desigualdad desde las tres dimensiones de configuración de la ciudad, la dimensión política, la dimensión material y la dimensión simbólica.
Más allá de una fórmula mágica, el Urbanismo Feminista es el ejercicio de ponerse los lentes de la justicia social y de género para entender las dinámicas humanas en relación con la arquitectura y la ciudad. Mostrando una variedad de grises en términos comportamentales y de la configuración espacial que este binomio estaba generando al desconocer intencionalmente la heterogeneidad y la diversidad de los cuerpos.
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